Hace unos días me preguntaba, mientras veía una muy mala película de Sidney Lumet, para qué sirve el cine. Mientras que en su condición de producto industrial la función de una película es aumentar el patrimonio de los productores, en su condición de obra artística su función es la misma que la de cualquier obra de arte: ejercer de conciencia crítica y al mismo tiempo de descripción del zeitgeist de la época en la que es construida. Y, dicho eso, seguimos sin saber para qué sirve el cine, porque las funciones enunciadas no cubren sino una parte de los significados que encierra el hecho cinematográfico.
Así pues, hay un campo mucho más amplio que abarcar para saber para qué sirve el cine, pero en cuanto cineastas esa es una de las partes menos relevantes del proceso creativo que culmina en una película. Y probablemente sea una carga insufrible cuando necesitamos el instinto antes que la intermediación racional para iniciar ese proceso creativo. ¿Necesito saber para qué sirve el cine cuando escribo un guion, estoy en medio de un rodaje o estoy montando mi película? No, no lo necesito. Solo necesito saber para qué quiero que sirva mi película, para qué espero que sirva, y aceptar con entereza y honestidad que, citando al maestro Paul Schrader, “la mayor parte de las veces una película tiene éxito por las razones equivocadas”.
Así pues, si solo los cineastas necesitamos saber para qué sirve nuestra película en ese proceso de escritura en 3 fases nada spielberguianas (guion, rodaje y montaje), que es un proceso de creación pero también de análisis y autocrítica, tendremos que aceptar que en ese proceso, al igual que en el proceso de vivir y morir, estamos completamente solos.
Víctor M. Muñóz
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